miércoles, 1 de abril de 2009

Los himba, costumbres ancestrales

De la tribu al centro, a por pan. Pese a ocurrir en un supermercado Okey, de Opuwo (Namibia), la escena es tan atípica como lo sería en Londres o en Paris.

Tras siglos de colonizaciones europeas, los africanos que aún se aferran a su tradición tribal son cada vez menos. Entre ellos, los himba, un pueblo seminómada, criadores de ganado, que están estrechamente ligados con los herero, con quienes comparten sus orígenes así como el idioma otjiherero. La tribu de los himba son el único grupo de nativos de Namibia que conserva sus costumbres desde que se tiene conocimiento de su existencia. Es por tanto una de los menos influenciadas por el mundo exterior a ella.




Los himba no llevan ropa, aparte de un básico taparrabos, pero usan gran cantidad de ornamentos al estilo de collares y brazaletes. Las mujeres se distinguen por los enrevesados estilos con que arreglan su cabellera. Adicionalmente, con el objeto de protegerse del intenso sol, las mujeres untan su cuerpo con una sustancia hecha mezclando ocre, manteca y hierbas, la cual les da a su piel un característico color rojizo.

Las vacas ocupan el lugar predominante entre los animales criados. Y parece ser que se trata de un animal especialmente venerado en el culto místico de la tribu. Aunque también, los himba veneran el fuego, de manera que ante la casucha del jefe de la tribu siempre hay una hoguera encendida que se apagará en el momento de su muerte.

Destaca la particular belleza de las mujeres de esta tribu que, afortunadamente, parece mantenerse intacta a las influencias externas. En esta tribu se permite la poligamia, pero es norma que el marido no pase más de dos noches sin dormir con una misma esposa. Entre los himba la mujer ocupa un lugar privilegiado, tanto es así que el asesinato de una mujer supone una sanción mayor, normalmente el doble, que en el caso del homicidio de un varón.

Este pueblo fue casi diezmado en los en los 80 por la guerra y la sequía. Hoy no llegan a 50.000 miembros y, aunque aún conservan las formas, han debido adoptar algunos hábitos urbanos para poder comer.