Entre todos los animales que se aventuran en la ciudad, la sobreabundancia de alces les ha convertido en una seña de identidad. Los habitantes de Anchorage se han acostumbrado a encontrarse con ellos en las más inesperadas situaciones; alces que cruzan despreocupadamente la calle, que invaden sus jardines o pasean mirando los escaparates.
El siguiente vídeo fue grabado por una persona que se dirigía de mañana a su trabajo cuando se encontró con un alce cruzando la carretera. Un ejemplar de 700 kilos de peso y de dos metros de altura paseándose por las cercanías de su casa.
Entre las situaciones disparatadas, destaca la que se produjo en el verano de 2003, cuando las autoridades de la base aérea de Eielson contemplaron cómo un joven ejemplar se adentraba en sus pistas y se paseaba tranquilamente entre los cazas F-16.
Entre los factores que han contribuido a esta extraordinaria proliferación de alces están la ubicación de la ciudad (situada en un gran valle rodeado de montañas) y las toneladas de basura que su población produce cada día. El número de alces se duplica en invierno, dado que bajan desde los bosques en busca de comida, y su presencia, junto con las condiciones meteorológicas, los convierten en un auténtico peligro. Entre 100 y 140 alces mueren cada año en las carreteras de Anchorage atropellados por los conductores.
Cuando la población alcanza límites insostenibles, las autoridades levantan las restricciones de caza para restablecer el equilibrio. A principios de los 90 la población de alces se disparó hasta los 2.400 ejemplares y, debido a la escasez de comida, se hizo frecuente verlos hurgar en los contenedores. En aquella ocasión, fueron las fuertes nevadas acabaron con el problema.
A pesar de los peligros y las supuestas molestias que los alces puedan provocar, los habitantes de Anchorage no parecen disgustados con su presencia. Una encuesta reciente mostraba que a la mayoría de los ciudadanos les agradaba encontrarse de vez en cuando con un alce deambulando por sus calles, como si tuvieran la gratificante sensación de que la Naturaleza se niega a perder esta batalla.