Peckinpah se recordará como uno de los cineastas más violentos de la historia del séptimo arte. Fue un director desubicado, alcohólico crónico, adicto a diversas drogas, sádico y misógino. En más de una ocasión apuntó con una pistola cargada a alguno de sus productores para que no metieran las narices en sus asuntos y le dejaran rodar en paz. Realmente podría haber sido cualquiera de los violentos personajes que encarnan sus películas.
“Héroe y villano, más masoquista que sádico, alcohólico y lúcido, lírico y violento, actor afectado y personaje auténtico, con el infierno en las venas y el cielo en la mirada, era un generoso exabrupto en la hipócrita falacia de la jungla hollywoodiense donde se debatía, con impotencia y rabia, entre ejecutivos petimetres y prepotentes administradores de sueños ajenos”. Así definía a Sam Peckinpah el cineasta español Gonzalo Suárez, con el que trabajó y unió una gran amistad.
Carátula y fotograma de la película “Grupo Salvaje”
En su obra se alternaban éxitos notables junto a estrepitoso fracasos, pero consiguió lo que muchos no se atrevieron a hacer, resucitar el western de una fase agónica. Las películas del Oeste se volvieron más realistas, más amargas y más violentas, pero fue el mejor antídoto para sacarlas de su agonía.
In Memoriam